Kai-sanova

 Con su mirada de “no rompo ni un plato”, Kai sabía cómo ganarse a sus humanos, pues aunque pareciese ser muy dulce y majete ¡vaya travesuras montaba este perrete!

Por las mañanas despertaba fresco como una lechuga, como si hubiese dormido 10 horas seguidas, mas sus humanos no pensaban lo mismo, pues mala noche han tenido, porque si Kai en su camita no estaba arropado ¡montaba un escándalo!. 


Daba igual si por debajo de la manta, fuese la pata o la cola lo que se asomaba, Kai a sus humanos, a ladridos, los llamaba para que con la manta lo arroparan. Daba igual si fuesen las diez de la noche o las tres de la madrugada.


Y ya despierto y con sus patas estiradas, junto a sus humanos el desayuno tomaba: comía pienso, aunque mucho no le gustaba, así que, a veces a escondidas, de la nevera la crema catalana se robaba.


Después de tomar el desayuno, los humanos se van a trabajar, mientras Kai se queda en casa haciendo lo que más le gusta: ¡Jugar!


Jugaba a morder calcetines, a saltar en la cama, a esconder huesos bajo la alfombra y a deshacer los jerséis de lana. Por suerte sus humanos sabían que él era muy travieso, así que cuando se iban de casa, escondían todos los objetos: calcetines, jerséis y huesos iban a parar al trastero. Así que Kai en vez de saltar en la cama o morder los jerséis de lana, jugaba otro juego que también era su favorito: buscar todas las cosas que sus humanos habían escondido. Sin embargo, por estar buscando por toda la casa, la dejaba hecha un revoltillo.


Por la tarde cuando sus humanos llegaban a casa, a veces con el desorden se encontraban y como Kai sabía que no había sido bueno, miraba a sus humanos con sus ojos saltones, tratando de decir “lo siento”. Y por esa mirada llena de ternura, Kai convertía el regaño en una llamada de atención pero con dulzura.


Una vez que la casa estaba ordenada, los humanos se preparaban para salir a pasear con Kai por la plaza. Eso sí, Kai era todo un guapetón y siempre andaba como un pincel, así que si de casa lo sacaban sin estar vestido, Kai se sentía muy ofendido.


Una vez vestido con sus mejores modelitos, Kai y sus humanos salían a pasear. Daban una vuelta por la plaza y luego, en un café, sus humanos se sentaban con sus amigos a charlar. Kai, por más travieso que fuera, se portaba como un angelito, porque sabía que si se portaba bien, los humanos le daban chuches y huesitos.


Cuando el sol ya se ocultaba, a casa había que regresar, y aunque los humanos tenían que preparar la cena, Kai solo quería jugar.


“Ya es muy tarde, hay que cenar e irse a la cama”, le decía su humana, pero Kai insistía en jugar, así que cuando le servían su plato, tomaba el pienso y, como si fueran pequeñas pelotas, lo lanzaba por el aire para atraparlo con su boca.


“Con la comida no se juega” lo regañaba su otro humano, así que todo el pienso que no atrapaba y caía al suelo, lo devolvía a su plato.


Terminada la cena, Kaí veía que sus humanos estaban muy cansados, después de un largo día de trabajo. Pero para sorpresa de este perrete que sólo piensa en sus juguetes, sus humanos no podían negar que, un ratito con Kai, querían jugar. “Kai Firuláis” lo llamaban de cariño cuando lanzaban la pelota por el pasillo, mientras Kai iba tras ella dando saltitos.


Aunque Kai quería seguir jugando, ya notaba que su cuerpo estaba cansado, pues la hora de dormir había llegado. Acostado en su camita, arropado con su mantita (y bien arropado, porque sino armaba un escándalo), Kai se dormía sabiendo que era muy afortunado, porque a pesar de sus travesuras, era muy querido por sus humanos.


No se puede negar que ese Kai es todo un casanova (un galán quien con mucha coquetería conquistaba a todos los que lo veían). Y es que con esas orejas puntiagudas y esos ojos llenos de dulzura, sus humanos lo amaban con locura. Pero no era solo por su apariencia de galán de telenovela, sino por llenar la casa de alegría, porque un perrete como este hacía que cada día fuese una maravilla: con juegos, con paseos, con amistades y “huesitos”... 


Y Kai agradecía a sus humanos todo lo que por él hacían, moviendo su colita...


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Historia de Kai

Cuando entrevistaba a Victoria sobre la historia de Kai, era imposible no pensar en el meme que dice:

“Naces
Creces,
Tienes un perro y…
Deja eso
Deja eso
DEJA ESO
Deja eso”...

Así era un poco nuestra conversación, pues mientras hablábamos, Kai estaba haciendo de las suyas en su casa (y Victoria, por supuesto, le llamaba la atención), así que no dudé en hacer un “Daniel el travieso” de este perrete.

Kai es un perro que viene de Sevilla, a quien lo encontraron atrapado en una madriguera, junto a sus hermanos y a su madre. Victoria me cuenta que desconoce el paradero de la madre y de los hermanos, pero después de nuestra conversación, suponemos que habrán estado bajo el cuidado de la protectora. (O eso queremos pensar)...

El día que Victoria y su chico fueron a recoger a Kai, ella se llenó de tanta emoción que no pudo evitar llorar y Kai también se puso a llorar. Pensaban que iba a ser difícil el proceso de adaptación de Kai a su nuevo hogar, pero los dejó sorprendido cuando el perro entra a la casa e inmediatamente se acuesta en su cama “como si toda la vida hubiese sido de él”. Desde un primer momento, pese a que Kai lloraba cuando los conoció, se sintió en un espacio seguro con sus nuevos humanos. Al tiempo, descubrieron que la forma de comunicarse de Kai, es llorando.

Es un perro muy alegre, un eterno cachorro. Victoria dice que una de las cosas que más le sorprende es que tiene una habilidad para que las personas, que no suelen gustarle los perros, le adoren, e incluso, cambien su idea sobre apreciar a los animales. Me ponía como ejemplo a su papá, quien no era una persona muy dada con los perros, pero desde que conoció a Kai, se derrite por este peludo.
Sin duda es un animal muy cariñoso, que ha sabido conquistar a todos sus vecinos (vamos, un Casanova) y sobre todo ha llegado hasta el corazón de Victoria y de su chico, haciéndolo ser un gran perrete con suerte.





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