Monty y el tesoro escondido

 Cuentan los viejos marineros que en algún lugar del planeta hay un tesoro escondido y que sólo aquellos quienes tengan un corazón noble podrán encontrarlo, porque son los únicos que sabrán apreciar su verdadero valor.


Fueron muchos los hombres que intentaron buscar ese tesoro, pero ninguno lo pudo encontrar… Así que Monty pensó que él iba a ser el primero en conseguirlo. Lo que ocurre es que Monty no era como cualquier otra persona, de hecho, ni siquiera era un humano: era un perrete muy juguetón que le gustaba hacer travesuras un montón.


Vivía en una vieja caja de cartón debajo de un banco en el parque con su amiga Petunia La Pulga, quien siempre lo acompañaba en sus aventuras.


A Monty le gustaba correr tras los niños en el parque por las tardes o jugar a la pelota con ellos y por las noches, cuando los niños se iban a sus respectivas casas, Monty regresaba a su caja con Petunia, quien antes de dormir le cantaba una canción de cuna, pues para Monty, Petunia, más que una amiga, era su familia… la única que tenía.


¿Pero qué hacía Monty cada mañana?


Por las mañanas, después de tomar el desayuno, Monty y Petunia paseaban por el viejo puerto de la ciudad, viendo como desembarcaban los barcos sus mercancías y escuchando a los marineros cómo les fue en su travesía.


-  ¡Buena pesca la de hoy! - gritaba un marinero.


- ¡Echad el ancla! - ordenaba un capitán.


- ¡Mañana por más y mejor! - se despedía un pescador


Así era como entre risas y abrazos, Monty veía cómo los hombres en el puerto compartían sus cuentos de una jornada intensa de trabajo.


Y entre tanto jaleo, Monty los oía hablar de aquel tesoro escondido que todos querían encontrar: algunos afirmaban que lo vieron en el fondo del océano, pero otros decían que se perdió en altamar. Pero entre tantas historias y cuentos, Monty estaba decidido que ese tesoro iba a encontrar.


Una noche, cuando regresaban a su caja después de jugar, Monty le dice a Petunia cuál era su plan:


- Mañana, Petunia, cuando visitemos el puerto, nos esconderemos en uno de los barcos hasta que zarpemos en la noche con los marineros.


- Suena un poco peligroso- le contestó Petunia - ¿No te da miedo que los marineros nos descubran?


- Yo no tengo miedo, soy un perro muy valiente.


- ¿Y qué vas a hacer cuando lleguemos a altamar? - preguntó Petunia, un poco preocupada.


- Pues tomaré una de las redes y con ella me lanzaré al fondo del mar. Y nadaré y nadaré hasta que el tesoro pueda encontrar.


-¿Estás seguro de lo que quieres hacer? Tienes que tener cuidado Monty, el océano es un lugar peligroso. Recuerda que no hay mejor tesoro que nuestro hogar.


- No te preocupes Petunia. ¡Será divertido! Verás que conseguiremos un montón de oro y joyas.


Y después de tanto hablar, los dos se quedaron dormidos. Monty estaba emocionado por su aventura, aunque Petunia se preocupaba por el plan de su amigo.


Pero como Petunia y Monty eran inseparables, ella lo acompañó al día siguiente al puerto, donde esperaron a que todos los marineros se fuesen a sus hogares y así ellos, dentro de un barco, pudieron colarse.


Y escondidos esperaron toda esa mañana y toda esa tarde, hasta que entrada la noche, los marineros y pescadores volvieron a sus barcos y botes.


Entonces la aventura empezó, aunque no salió como Monty lo tenía planeado, pues esa noche llovió a cántaros.


Los marineros zarparon a pesar de la tormenta, pues ya se habían enfrentado a unas cuantas de ellas. Había olas inmensas y el barco se balanceaba con mucha fuerza y Monty trataba de mantener el equilibrio, hasta que una ola, más alta que un edificio, golpeó el barco haciendo que Monty cayera por la borda…


Monty pudo nadar hasta una cubeta que también había caído al mar y una vez subido a ella, esperó a que la tormenta pasase y el mar volviese a estar tranquilo. Y Petunia, como fiel amiga, nunca se separó de él, porque a pesar de todo el susto de la tormenta, se aferró muy fuerte a su oreja.


Por fín el mar está en calma, las olas mecían suavemente la cubeta. Monty no tenía miedo, pero estaba muy triste porque el tesoro no lo encontró y su casa (su caja) muy lejos quedó.


- No te preocupes Monty, pronto llegaremos a tierra firme y buscaremos otra caja - le consolaba Petunia. - Nuestro hogar será aquel donde siempre estemos juntos y ese es el mayor tesoro.


A la mañana siguiente, la cubeta fue a parar a una playa, justo a la orilla del mar. Monty y Petunia salieron con mucha cautela de esa cubeta porque no sabían en dónde estaban y al sólo dar dos pasos se percataron que unos humanos los estaban mirando.


Los humanos se acercaron muy despacito a Monty (Petunia estaba escondida en su orejita). Le dieron unas palmaditas en la cabeza, seguido de unos cariñitos por debajo del hocico. Monty empezó a sentirse a gusto con esos dos humanos, pues a pesar de que siempre jugaba con los niños, nadie le había hecho cariños.


Dejando la cubeta atrás, Monty se fue con los humanos que, de la playa, lo habían rescatado.


Lo llevaron a casa donde le dieron un baño con jaboncitos que parecían perlas. Lo peinaron y le pusieron un collar tan brillante que parecía un diamante. Le dieron chuches rellenas de una golosina roja que parecía un pequeño rubí y lo acostaron en una cama con una manta amarilla que parecía hecha de oro, sólo que esponjoso.


Petunia viendo lo a gusto que estaba su amigo, le dice:


- ¿Viste Monty? ¡Al final conseguiste tu tesoro! No por los jabones que parecen perlas ni por el collar que parece un diamante, sino porque conseguiste un hogar y una familia que te quiso al instante.


Monty entendió que su amiga siempre tuvo la razón, pues no hay mayor tesoro que una familia y un hogar y esas son las cosas que los humanos (y animaletes) deben valorar, si quieren a los tesoros encontrar.


Y con esta gran lección, nuestro amigo Monty su tesoro encontró: una familia, un hogar y una inseparable amiga, con quien tenía un montón de aventuras que le hacían mover la colita.


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Historia de Monty


Muchas personas me han contado las historias de sus perros adoptados. Confieso que a veces me da un poco de miedo escucharlas porque no sé con qué me voy a conseguir, así que es inevitable que llegue hasta mis manos una historia como esas que vemos en Facebook, que nos hace desear que no sean reales. 


Monty es una de ellas…


Diego me contaba que cuando decidió casarse con su chica, Ma. Carmen, se plantearon en adoptar a un perro y querían uno que tuviese algún tipo de necesidad, ya que querían darle la oportunidad de brindarle una mejor vida. Es así como adoptan a Monty, un perro que tenía muchos traumas. La razón: siendo cachorrito (¿días/ semanas de nacido?) lo arrojaron al río dentro de una bolsa de basura. Por suerte sobrevivió y cuando lo encontraron fue llevado a un refugio en Valencia.


Cuando llega a la casa de Diego, era un perro con mucho miedo y siempre se quedaba en un rincón de la casa sin moverse. Poco a poco fue ganando confianza en sus humanos, aunque sufría de ansiedad por separación cuando ellos no estaban en la casa. Diego y Ma. Carmen sabían que tenían mucho trabajo por delante pero esto no los desanimó a lograr una gran recuperación en Monty.


Hoy en día Monty ha logrado superar muchos de sus miedos (aunque queda trabajo por hacer); es un perro con mucha energía que disfruta de los largos paseos y de dormir en la cama con sus humanos (quienes lo permitieron pensando que de grande llegaría a pesar unos 20kg, cuando en realidad alcanzó los 32kg, o sea, prácticamente se ha apoderado de la cama de sus humanos). 


Día tras día Monty mejora, dejando atrás un pasado espantoso y quien, gracias al cariño y la paciencia de Diego y Ma. Carmen, hoy lo hacen ser un perrete con suerte.




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