Doña Manú
Doña Manú era una perrita singular, pues a primera vista no era de lo más bonita: tenía unas patas largas en un cuerpo delgado y sin pelitos, y tenía unos ojos saltones con un hocico estrecho ¡Y dientes muy perfiladitos!.
Esos dientitos aterrorizaban a todos quienes la vieran, pues cuando alguien se le acercaba y ella los mostraba, ¡salían corriendo, pensando que quería pelea!
Lo que nadie sabía era que dentro de su rostro peculiar, lo que en realidad ella mostraba era una sonrisa.
Doña Manú frustrada, pensando que nunca llegaría el día que con ella alguien jugara, se paseaba sola por las calles de Caracas.
Y ahí, en una de las avenidas más altas que bordeaba toda una montaña, Doña Manú se echaba para ver las luces de la ciudad que poco a poco se apagaban, cuando la gente a dormir se retiraba. Y luego veía cómo la ciudad despertaba, cuando cada quien su rutina retomaba.
Pero un día, alguien su rutina decidió cambiar ¡Y vaya qué cambio sería también para Doña Manú! Pues este hombre en vez de ir a su destino, detiene su coche en plena avenida, para poder contemplar a esta perrita.
Doña Manú lo ve abriendo sus ojos saltones y de emoción al sentir que él se le acercaba, sus dientitos dejó que en su hocico se asomaran. Y esta vez, el hombre no se asustó, sino que le devolvió la sonrisa, acercando su mano a la cabeza de Doña Manú para hacerle un par de caricias: su cuerpito se echó a temblar, ¡Qué gustito, qué cosquillas sentía!
Sin entender ni cómo ni cuándo, de repente, esa noche, en la calle ya no dormía, sino estaría en un hogar, con su humano, su nueva compañía. Y sin darse cuenta cómo el tiempo pasaba, un día montada en un avión se veía, ¡pues de Caracas a Galicia viajaba!
Era muy fuerte el cariño que ambos sentían, una amistad forjada para toda la vida.
Doña Manú no le gustaba separarse de su humano por eso cuando paseaban, a pesar de sus largas patas, ella caminaba muy despacio ¡como pereza!, para disfrutar cada minuto a su lado.
Esos paseos en el parque era lo que más le gustaba, porque si en su antigua ciudad, quienes la veían se espantaban, ahora no dejaban de admirarla, no precisamente por su apariencia, sino porque Doña Manú era “tremenda”.
Cuando paseaba en el parque, veía perros jugando con sus humanos ¡Y vaya qué descaro! ¡Doña Manú a los perretes tenía controlados!, porque sin importar cómo era el juego ¡A Doña Manú había que hacerle caso primero!: se acercaba a cualquier humano, tuviesen perro o gato, llamando su atención para que con ella jugaran un montón. Y si el perro (o gato) de este humano en el juego se entrometía, ¡pobre animalete, no sabe que riña le caería!, pues Doña Manú, sin pensarlo, a mordiscos lo asustaría… Y más de una vez volvía a casa con tantos pelitos en la boca que una barba parecía.
A pesar de tantos juegos y de atenciones recibidas en el parque, Doña Manú anhelaba volver a casa por las tardes, porque ahí estaría echada sobre las piernas de su humano, aquel hombre que la rescató cuando nadie le hizo el menor caso.
Una noche miraba a su humano con sus ojos llenos de destellos, porque quería agradecerle todo lo que él, por ella, había hecho: darle un hogar, darle cariño, ser un padre, ser un amigo. ¡Cuánta suerte había tenido! Por largo rato se le quedó mirando con su carita bonita (pues dentro de todo, Doña Manú no era tan feíta). Le puso una pata sobre su regazo, diciendo: “Gracias humano mío, por la vida que me has brindado. No podría ser más feliz, pues tú todo me lo has dado, sin importar que haya sido mucho o poco, nunca te fuiste de mi lado. Yo contigo siempre estaré, como tú conmigo has estado”.
Lástima que el humano no entiende el idioma “perruno”, y sólo escuchó un “Guau”, pero Doña Manú sabía que en el fondo, él la había comprendido. Y en respuesta a sus palabras bonitas, el humano pasó toda la noche acariciando su cabecita… mientras ella movía la colita...
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Historia de Manú:
Manú fue rescatada de las calles de Caracas por Armando. A él, un chico le había avisado que en la Avenida Boyacá (mejor conocida por los caraqueños como Cota Mil), se encontraba una perrita en unas condiciones paupérrimas: estaba desnutrida, con problemas en la piel y apenas se podía levantar. Armando sin dudarlo, decidió llevársela a su casa.
Armando nos cuenta que él en ese momento se encontraba en una situación un poco compleja y no sabía cómo iba a hacer para darle sustento a Manú, ya que iba a requerir de cuidados médicos por su condición. Lo primero que trae a acotación en su relato fue que el día que se la lleva a su casa, esa tarde estuvo recorriendo las plantas del edificio donde vivía, preguntando a los vecinos, quienes tuviesen mascotas, sí podían ayudarle con perrarina (pienso de perro) para darle de comer. Poco a poco, entre pagos con tarjetas de crédito, se hizo con la mejora y la atención veterinaria de Manú.
Al tiempo, Armando se muda a Galicia y se trae en su viaje a Manú. La describía como una pereza porque tenía las patas muy largas y caminaba lento. Sin embargo, una vez curada, era un animal precioso, pero muy peleona: cuando la sacaba a pasear (en Galicia), Manú amendentraba a otros perros para que los dueños (de esos perros) le hicieran cariños. Era muy conocida por todas las personas quienes sacaban a pasear a sus mascotas en ese parque.
Manú fue un gran apoyo en los momentos más difíciles para Armando. Él encontró en ella un ser que le reconfortaba cuando más lo necesitaba, gracias a su cariño y fidelidad. Lamentablemente el pasado mes de enero, Doña Manú falleció. Sin embargo, dejó un cálido recuerdo en Armando, quien la lleva siempre presente por haber estado cuando él más lo necesitaba.

Que hermosa historia!!! Los perritos dejan huellas y siempre viven en nosotros!!!
ReplyDeleteA Manu tuve la bendición de conocerla y de verdad era muy especial! Bella como todos los perros y hermosa como ninguna otra!
ReplyDeleteHermosa historia la de Manu. Gracias por escribiria y compartirla
ReplyDeleteLa bella Manu, la conocimos en el parque con su papi, donde fueron muy felices los dos ❤️
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